lunes, 15 de noviembre de 2010

PORBANDAR - Tierra de grandes personas


Que excelente idea tuvo Indiana cuando, ojeando nuestra guía de viaje, apuntó la posibilidad de visitar la ciudad de Porbandar. Jamás habíamos escuchado antes este nombre, y ni si quiera es conocida salvo por ser la ciudad de nacimiento del padre de la nación India. Y justamente ese fue el punto que nos hizo cambiar nuestra ruta, la admiración que ambos sentimos hacia la persona de Gandhi. No es que seamos expertos en su biografía pero su legado es innegable, muy a pesar de que sus ideas, y sus anhelos, no hayan perdurado en el tiempo. Ay si los políticos indios tuviesen tan sólo un poquito de lo que tenía Gandhi.

Porbandar es una ciudad costera y sin ningún atractivo turístico a no ser el que ya hemos mencionado. La ciudad es pequeña, así que no tardamos mucho en encontrar el buen lugar donde acomodarnos. Además en el mismo hotel, cuyo nombre es “Lilas”, encontramos a una gran persona, Amit, manager nocturno del hotel quien se ofreció, al módico precio de cero rupias, a mostrarnos su ciudad. No estábamos acostumbrados a este tipo de ofrecimientos espontáneos en India, siempre había una segunda intención, y aunque inicialmente desconfiamos, al final nos dijimos que no teníamos nada que perder. Que podía suceder? Que nos llevara a un par de tiendas donde le pudieran pagar una comisión? Bueno nadie podía forzarnos a comprar lo que no deseábamos. El primer lugar que visitamos fue la casa donde nació Gandhi, quien provenía de familia adinerada al igual que su esposa. Su casa natal a pesar de espaciosa era sencilla. Nos contaron que realmente él vivió apenas su infancia en aquella morada, ya que su familia emigró a la sudafricana ciudad de Durban cuando aún era un niño. La casa es hoy un lugar de peregrinación para muchos indios que reconocen lo que Gandhi les dio. Y no fue sólo la independencia de su país.

Después visitamos un templo con un curioso laberinto que las personas recorrían. Interrogamos curiosos a Amit quien nos explicó que el motivo de recorrerlo de un extremo a otro es la creencia de que siempre se encontrará salida a los problemas que la vida va presentando.



 
Seguimos caminando por la ciudad y Amit era saludado permanentemente por unos y por otros. Así nos llevó hasta el mercado de frutas y verduras. Qué lindos colores, y que aromas desprendía el género que allí se vendía. La primera foto fue tímida pero después todos querían retratarse junto con los tomates, las berenjenas o los limones. Fue un momento fantástico, de pleno contacto con la realidad de aquellas personas fueran vendedores o compradores.
En la secuencia nos fuimos a visitar un pequeño museo a las afuera y lo hicimos en la moto de Amit, si, los tres. Moto sólo había una, así que aquella fue la primera triple ride de nuestra vida.



Visto lo visto y con nuestro estómagos rugiendo, le sugerimos a Amit que nos indicara algún lugar donde comer y que nos acompañara. Queríamos retribuir su amabilidad de algún modo. Os voy a llevar al mejor sitio de la ciudad y casi nos morimos de vergüenza cuando nos abrió la puerta de su casa donde vivía con su hermana, padre y madre. En India, nos decía, o cuando menos en esta casa, a un invitado se le trata como a un dios. Que le hemos hecho a este tipo para que se vuelque de esta manera con nosotros? nos preguntábamos. Mientras mirábamos el álbum de fotos de boda del hermano mayor, la madre de Amit preparó un delicioso Dal bath con derecho a postre que se reserva para ocasiones especiales. La generosidad de esta familia parecía no tener límites. Incluso nos obsequiaron, a pesar de intentar impedirlo, con ropas típicas, un sari para Indiana y unos pantalones para Jones. Hasta nos invitaron a dormir la siesta después del copioso almuerzo.

La palabra gracias se quedaba corta para manifestar nuestra gratitud no sólo por la comida y el trato recibido, como dioses, sino por haber experimentado una de las mejores vivencias del viaje. La más auténtica sin lugar a dudas. Amit no nos dejó bajo ningún concepto volver en rickshaw al hotel, así que vuelta al triplete motociclístico. Y cuando ya creíamos que las emociones habían finalizado, nuestro anfitrión nos regaló otro momento espectacular. Nos llevó hasta los astilleros que se encuentran junto al puerto, donde aún hoy día se construyen navíos de madera como hace mil años. Claro; hoy se les incorpora un potente motor para surcar mares y océanos, ya que la mayor parte de estos barcos se construyen para el comercio internacional, principalmente con países de oriente medio y África oriental. Ni corto ni perezoso Amit pidió permiso para que pudiéramos subir a bordo de uno de estos barcos en construcción, y hacerlo fue algo increíble. Subimos desde tierra por una altísima escalera hasta la cubierta inacabada. El olor a madera y brea junto con la brisa marina puso el olor a aquel precioso momento.

Cuando nos cansamos de verlo todo, de preguntarlo todo fuimos al puerto y nos subimos a uno que ya estaba en el agua y operativo. Era la comprobación de que aquel enorme montón de maderas podía flotar. El colofón a un día tan intenso y delicioso, fue ver un puerto indio en plena actividad con los repartidores de hielo, los pescadores reparando redes, las mujeres limpiando el pescado o los marineros poniendo a punto los aparejos.

Al final del día caímos rendidos y felices, muy felices por haber llegado hasta Porbandar donde felizmente encontramos a Amit. Gracias por todo amigo.


domingo, 14 de noviembre de 2010

UDAIPUR - La India de los Maharajas


Una de las habitaciones del Palacio Real.

El tiempo que nos dimos en Pushkar sirvió para descansar, pero también para evaluar nuestro recorrido. Miramos el viaje desde dentro y la perspectiva fue diferente. En lugar de recorrer todas las grandes ciudades de Rajastán, seguiríamos al sur hasta Udaipur, y desde allí al oeste para conocer la ciudad natal de Gandhi y la cercana isla de Diu. Tomamos esta decisión basándonos en nuestras motivaciones, y en nuestro deseo de seguir un circuito un poco más alternativo, menos preparado para el turista.

A Udaipur llegamos cuando la ciudad estaba amaneciendo. Encontramos alojamiento céntrico y dentro de nuestro presupuesto en un confortable Haveli o casa tradicional de la región de Rajastán.






Las extraordinarias lluvias de este año habían llenado por completo el sistema de lagos que rodea la ciudad. Un increíble proyecto de ingeniería ideado por el marajá para dar a la ciudad una apariencia de escenario de cuento de hadas. Construyó hasta un palacio en el centro del lago Pichola que hoy es uno de los hoteles más exclusivos de Udaipur. Y aunque hoy tal idea sería una excentricidad, a nosotros nos gustó aquel lugar y su entorno.

Visitamos el city palace, propiedad aún del rajá de Udaipur y su familia, quienes consiguen conservar su patrimonio gracias a sus negocios hoteleros. Parte del palacio es visitable, y parte es residencia de la familia real. Los rajás recibieron importantes asignaciones presupuestarias del gobierno indio hasta mucho después de la independencia. Finalmente y ya bien entrado el siglo XX, el parlamento suprimió los derechos reales de estas familias, y en la mayoría de los casos sus palacios pasaron a ser propiedad pública y hoy son administrados por el estado. Al final de nuestra visita al palacio nos sorprendió un buen chaparrón que nos obligó a buscar refugio. Corrimos a un pequeño restaurante donde comimos uno de los mejores thalis de todo el viaje. El chef, un joven adolescente, tenía maña en la cocina y trabajaba incansablemente para satisfacer a la clientela. Frente al restaurante y a la orilla del lago, algunas mujeres aprovechando el aguacero, tomaban baño y lavaban la ropa con la ciudad a sus espaldas.




Un paseo vespertino y una agradable cena en la azotea del hotel, desde donde disfrutamos de bonitas vistas de la ciudad iluminada cerrarían nuestro paso por Udaipur. Al día siguiente y a eso del mediodía partimos. Tomaríamos primero un autobús y después un tren hasta Porbandar, ciudad natal de Gandhi localizada en la costa oeste de India





 
Namastë








viernes, 5 de noviembre de 2010

PUSHKAR - Enjoy the silence

El viaje hasta Pushkar fue pan comido, apenas tres horas en un bus confortable y curiosamente medio vacío. Igualmente sencillo fue encontrar un alojamiento confortable, de arquitectura tradicional y auténtico sabor indio para los siguientes cuatro días. Era hora de parar para descansar.


Esta peculiar ciudad es una de las más antiguas de India, y se articula en torno a un lago sagrado. De hecho aquí se arrojaron las cenizas de Gandhi y es una especie de Meca para los hindúes. Además cuenta con uno de los pocos templos en honor a Brahma, dios responsable por la creación del mundo según el hinduismo.


Tuvimos suerte, y nuestra estancia coincidió con un importante festival religioso. Aunque a estas alturas del viaje ya no sabíamos si era suerte, o es que las festividades religiosas en este país se suceden sin parar una tras otra debido al sinnúmero de dioses y divinidades que forman parte del credo hinduista. La ciudad estaba repleta de peregrinos que llegaban de todas partes de India ofreciendo un verdadero espectáculo de color.


Era curioso ver desembarcar a grandes grupos familiares, podríamos decir que aldeas completas. Cargaban con sus escasos enseres de viaje, y algunos víveres para los días que allí pasarían. La mayor parte de ellos procedentes de regiones rurales, y rápidamente identificables por sus atuendos y sus procesiones en grupo. Delante caminaban los hombres, vestidos de blanco, con turbantes de colores chillones e inconfundibles mostachos. Detrás el resto del grupo familiar, mujeres con coloridos saris, y niños y niñas de diferentes edades.

Desde la calle que circunda el lago, era posible acceder a los ghats y escalinatas que conducen hasta las aguas sagradas para la purificación a través del baño. Allí los devotos siguen rituales similares a los que observamos en Varanasi, aunque también es posible encontrar busca vidas que tratan de sacar algunas rupias. Con la excusa de que es un lugar sagrado intentan forzarte a realizar ofrendas que debes pagar a precio de oro, o por el contrario te amenazan en tono bastante agresivo con las peores desgracias familiares etc. "Bad karma" le respondimos a uno de estos caraduras que nos levantó la voz por negarnos a caer en su armadilla para turistas. Salvo el juego de cintura del cuál tuvimos que hacer uso para zafarnos de los falsos sacerdotes y liantes varios, los días en Pushkar transcurrieron en paz y fueron de lo más tranquilos. Nos dedicamos a pasear de aquí para allá, a saborear las especialidades vegetarianas propias de un lugar sagrado, a regatear con los comerciantes de suvenires por baratijas. Después de tres días en la ciudad ya nos saludaban al pasar como si fuéramos vecinos del barrio.


Es gracioso como con apenas este tiempo se supera el estatus de visitante, y ya no insisten tanto para que entres a su local. O a lo mejor es que sabían que no éramos de los occidentales que abre la cartera a la primera de cambio, y no merecíamos siquiera el esfuerzo de atraer nuestra atención. Pero sin lugar a dudas lo que más nos impresionó fueron las celestiales puestas de sol al borde del lago. Durante los minutos que el sol caía, nuestros pensamientos se relajaban y nos fundíamos en la vida de aquel lugar. Podríamos haber repetido el mismo ritual un día tras otro sin saber cuándo nos cansaríamos, tan sólo por disfrutar de aquella visión, de aquel silencio.






jueves, 4 de noviembre de 2010

JAIPUR - La ville en rose

Esta vez el tren no disponía de la ya familiar y relativamente confortable sleeper class, así que nos tocó viajar en lo que la red de ferrocarriles indios denomina passenger train.  O lo que es lo mismo, pilla sitio si puedes y no te muevas porque te lo quitan. Aunque separados, conseguimos acomodarnos, y también nuestras mochilas. No obstante y a medida que el tren realizaba paradas, sus vagones se fueron llenando hasta límites insospechados. Una vez más la paciencia y tolerancia de los indios, tal vez más acostumbrados a desplazarse durante horas apretados como sardinas en lata, se pusieron de manifiesto. Con un simple gesto de la mano te dicen: échate pallá y déjame un huequito, y donde hay espacio previsto para tres se acomodan cinco y hasta seis personas. Nadie protesta, al contrario, las personas se estrujan un poco más y allí le hacen hueco a un viajero más. Hoy por ti, mañana por mí.


Así llegamos a Jaipur, a las once de la noche y algo tarde para lo acostumbrado, ya que usualmente intentábamos llegar a destino antes del anochecer con objetivo de evitar pagar precios altos por no tener tiempo de elegir y negociar el alojamiento que mejor se adecuase a nuestro presupuesto. Al final usamos nuestros recursos y encontramos solución llorando por un descuento en un hotel de categoría superior, el cual obtuvimos después de mucho insistir y donde por fin y ya entrada la madrugada, nos pudimos dar una ducha y descansar.

 Jaipur nos sorprendió por ser una ciudad bastante desarrollada, con mucha actividad y por ello algo caótica y con mucho tráfico. No obstante su dimensión nos animó a caminar hasta el centro histórico o ciudad vieja para recorrer las estrechas calles de su gran bazar. Siempre es divertido observar la enorme diversidad de mercancías que se venden en estos lugares. Al cabo de algún tiempo caminando los bocinazos de las incontables motocicletas que se abren paso entre peatones y vacas, van mermando la curiosidad y acaban por desesperarte. Para remediarlo decidimos probar los masajes ayurvedicas, que son masajes tradicionales pero regados a oleos y esencias medicinales. En general las terapias ayurvedicas están muy de moda en India y fuera de ella y desde luego a nosotros nos dejó suavecitos.


Para finalizar Jaipur negociamos medio día con un simpático y joven conductor de rickshaw con el fin de optimizar nuestro tiempo. Elegimos visitar un museo al aire libre lleno de estructuras que permiten medir con precisión latitudes, longitudes y muchas otras variables astrológicas y astronómicas. Todo fue construido gracias al afán de conocimiento del cosmos de su mecenas y artífice el señor marajá de la época y allá para el siglo XVI ó XVII.
 

Después unas tumbas donde reinaba una paz y tranquilidad que apreciamos sin prisas, y con las mismas a la estación de autobuses. 





Próxima parada Pushkar, ciudad sagrada y frecuentemente recomendada por otros viajeros para dejar correr el tiempo.