miércoles, 4 de agosto de 2010

NEW DELHI ... vivir para contarlo...

Sorpresa, sorpresa, y es que Delhi no defrauda en este sentido. Puedes haber leído mil experiencias de otros viajeros, o buceado en multitud de informaciones prácticas que pretenden prepararte para la experiencia, sin embargo nunca es suficiente, y nada de esto puede si quiera proporcionar una visión comparable al sentimiento de llegar a la capital de India por primera vez. Puede sonar a tópico pero es real.

Ya en el trayecto de taxi desde el aeropuerto hasta el hotel Ginger, donde nos alojaríamos por tres noches, no podíamos dar crédito a nuestros ojos, y eso que era de noche, pero tampoco al resto de los sentidos. En ese momento nuestras caras eran un poema, y es que eran el auténtico reflejo de nuestras almas. No nos podíamos creer que por decisión propia estuviéramos en un lugar tan distante, no en kilómetros, sino de nuestro concepto de vida. Las personas duermen en las aceras o incluso las calzadas, envueltas por una atmósfera rancia y sofocante, a veces medio vestidas, y sin más colchón que el duro suelo. Se nos antojaban escenas irreales, más propias de un escenario de un lugar azotado por alguna catástrofe, que el de una ciudad en su pulso normal.



Decidimos dormir, descansar de nuestro viaje y dejar que la luz del día nos aportase otra visión, otro sentimiento. No fue así, más bien confirmamos lo dura que es la vida en esta ciudad, incluso para un turista.



No nos desesperamos, y aunque quisimos agarrar el primer vuelo de vuelta a unas vacaciones playeras en algún lindo lugar del litoral español, nos armamos de coraje, hicimos alarde de nuestra cabezonería y nos tiramos a la calle. En cuanto pusimos nuestros pies lejos del aire acondicionado, entendimos porque la gente evita venir en estas fechas, el calor húmedo es literalmente insoportable, simplesmente nos licuamos a chorros por cada poro de la piel.



Como el hotel queda al lado de la estación de tren de New Delhi, decidimos comprar los billetes para nuestro próximo destino, y garantizar nuestros lugares en el tren en la fecha deseada. Este lugar es una locura, no en vano la red ferroviaria india mueve cada día más de once millones de viajeros. Desde el comienzo el asalto de los comisionistas con su discurso amable inicial, where are you from friends? How long in India? etc etc. En nuestra búsqueda de la oficina de reservas para foráneos fuimos rescatados y orientados por un espontaneo coreano al cual agradecimos de corazón. Listo; nuestro siguiente destino Armistar, al norte del país pretendiendo huir de la asfixiante Delhi.



Ataviados como dos auténticos turistones y bien provistos de agua, nos vamos a visitar algunos monumentos, lo que nos lleva a nuestras primeras negociaciones con los conductores de Rickshaw. Te rodean, te hablan todos a la vez, y se chingan entre ellos por atreverse a bajarte un poco el precio después de nuestra insistencia. Es desgastante pero después de la primera vez te acabas acostumbrando, te tienes que acostumbrar. Buscando soluciones para desplazarnos descubrimos el metro, que lejos de cualquier expectativa creada por añadidura, puede ser un auténtico oasis bajo la agobiante superficie de la ciudad. Limpio, con aire acondicionado y sin los permanentes bocinazos de los millones de vehículos que circulan por sus calles.



También hicimos nuestros primeros pinitos gastronómicos a base de Dosas, plato típico del sur y algún que otro Thali. A Indiana incluso le han ayudado a regular su intestino, y a Jones, un buen tragaldabas como sabéis, no le ha costado mucho superar este lance y está disfrutando ampliando sus horizontes culinarios.



Sobre Delhi poco más se puede decir que no se haya escrito ya. Es una ciudad sucia, que nunca tiene el cielo azul y en la que resulta difícil relajarte. Sus gentes son de lo más variopinto, y pese su a excesiva y casi ofensiva curiosidad, su falta de cortesía, patente al colarse con todo descaro en cualquier fila sin ningún tipo de constreñimiento, y sus mañas para intentar sacarte algo, observamos, que por lo general son personas bastante cordiales.



Con estas sensaciones, y la de dejar una ciudad que no acabaríamos de conocer, ni ganas que teníamos, partimos sin mirar atrás.

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