viernes, 1 de octubre de 2010

ORCCHA - Ocasos místicos

En Orccha también lo pasamos de lo lindo entre numerosos, aunque no tan antiguos, vestigios de un pasado esplendoroso. Aquí la mayoría de monumentos datan del siglo XVI, y corresponden al apogeo del imperio Mongol. Aunque la falta de recursos del Ministerio de Arqueological Survey of India hace que estén bastante abandonados, no deja de merecer la pena visitarlos.

Orccha al igual que Khajuraho es una pequeñísima población con todo el encanto de las zonas rurales de este país.




Nada más llegar, y después de alojarnos y reponer fuerzas, dimos nuestra habitual vuelta de reconocimiento, y nos encaminamos a uno de los templos situados dentro del casco urbano. Estaba atardeciendo, y mientras Jones hacía algunas fotos del exterior, el joven guardián y habitante del templo, hijo de su predecesor quien también residió en el edificio histórico, asaltó a Indiana con una sonrisa y una propuesta tentadora. Quieres ver un nido de buitres con dos polluelos de estas maravillosas aves? Sin que Jones tuviese tiempo de reaccionar, ya que estaba convencido de que aquello era una encerrona, ambos siguieron los pasos del individuo a través de estrechas y empinadas escaleras, y laberínticos corredores. Aquí nos la van a liar parda pensaba Jones para sus adentros sin querer ser un aguafiestas. Sin embargo se limitó a mantener los ojos bien abiertos, y a tomar referencias caso tuvieran que salir corriendo de aquel lugar. Al cabo de unos minutos de dura ascensión llegamos a la azotea del templo, desde donde las vistas eran hermosas y un placer para nuestros ojos.

Estábamos en lo más alto del monumento con un tipo que acabábamos de conocer, y a pesar del espectacular paisaje que se nos mostraba, seguíamos desconfiados. Nuestro guía nos llevó hasta el lugar desde el cual se podía avistar el nido, y nos quedamos sobrecogidos al ver dos pequeños buitres con su plumaje blanquecino, y la enorme colonia de estas aves que habitaba en la torre más alta del templo. Despegaban y aterrizaban permanentemente cual pequeños aeroplanos, dada su increíble envergadura. No podíamos dar crédito, animales tan fascinantes en acción y tan cerca de nosotros. Ni las tan comunes cigüeñas del país donde vivimos habían aparecido nunca tan accesibles. Jones no paraba de sacar fotos intentando captar el vuelo de los buitres, mientras advertía a Indiana que no se acercase mucho al borde del tejado ya que la altura sería insalvable para cualquier humano. Con el paso del tiempo nos fuimos relajando, y profundizamos en la conversación con nuestro espontaneo guía quien nos confiaba generosamente toda la información que le requeríamos. Todo era tan ideal, que seguíamos sin estar plenamente convencidos de que aquello fuera a terminar bien. Llegó un punto en que nuestro anfitrión nos propuso ir a comprar unas cervezas, para tomarlas en la azotea mientras disfrutábamos de la puesta de sol. Aceptamos y él salió a la carrera sin siquiera pedirnos unas rupias para sufragar el gasto. Durante el tiempo que esperaron por las bebidas, Indiana y Jones conversaron sobre como muchas veces las cosas no son lo que parecen, y como por excesivo miedo o desconfianza podemos dejar escapar momentos irrepetibles y oportunidades únicas. Esta enseñanza y la de testar nuestra capacidad de asumir ciertos riesgos, fue junto con la espectacular puesta de sol, el mejor regalo que tuvimos aquel día y durante toda nuestra estancia en Orccha.


Lógicamente pagamos el tan preciado jugo de cebada, y ya sin sol y al abandonar el templo, aquella persona que nos acompañó y nos mostró toda aquella belleza nos enseñó algo más. Nos presentó a un buen amigo suyo. Un sadu anciano y ciego que vivía a las puertas del templo. Un sadu es una especie de brhaman, una persona sabia y con una clara vocación religiosa que para nuestro deleite final cantó acompañado de su instrumento, y compartió su típico tabaco con nosotros. Aquel día ya en perfecta sintonía con el lugar y sus pobladores, cenamos en el mercado callejero donde degustamos deliciosas samosas y vegetales bien especiados en delicadas hojas de bananera que se usan a modo de platos. Aquel día no pudimos irnos más felices a la cama.




Ya al día siguiente visitamos los palacios del recinto amurallado, caminamos entre tumbas imperiales al borde del rio, y subimos a colinas para visitar templos con restos de delicadas pinturas las cuales infelizmente no se conservan en buen estado. Al anochecer, exhaustos de tanta caminata decidimos cambiar los puestos callejeros que a simple vista parecen sucios y desagradables, por el restaurante con terraza, aire acondicionado y un batallón de camareros. Craso error que sólo vendría a confirmarse en días posteriores. Después de cenar, y ajenos aún a la desconfortable reacción de los alimentos de aquel lugar aparentemente limpio y de confianza, Indiana y Jones se miraron con ojos felices, y se felicitaron mutuamente por haber decidido llegar hasta aquel destino remoto, y vivir lo vivido el tiempo que allí pararon.

No hay comentarios: