martes, 7 de diciembre de 2010

DIU - Azotea Portuguesa


¿Qué vamos a hacer hoy? Le preguntó Jones a Indiana. Pues lo de todos los días Jones: intentar conquistar el mundo, respondió Indiana. Así; con con energías renovadas partimos de Porbandar en dirección a nuestro siguiente destino.

Diu es una isla pequeñita, antigua colonia portuguesa, y que a pesar de pertenecer a India goza de un estatus de ciudad-estado asociado con cierto grado de independencia. Aquí el alcohol no es gravado con altos impuestos como en el resto del país, y muchos indios, principalmente jóvenes, viajan hasta este lugar para disfrutar de unos días de vacaciones y poder darse a la bebida sin sufrir prejuicios, pero sobre todo, sin pagar los altos precios que se cobran en el continente por una cerveza o un whisky.

Entrada del Guest House.
Nuevamente llegamos de noche pero esta vez conseguimos fonda a la primera, y en el lugar que previamente habíamos elegido. Se trataba de un pequeño edificio adyacente a una antigua iglesia católica hoy convertida en museo de la ciudad. En el apenas se exhiben algunas mal conservadas tallas en madera de santos y ángeles de la época colonial. Desde la azotea de la Guest House se podía subir al tejado de la iglesia y desde allí disfrutar de unas privilegiadas vistas de toda la isla. Fue en aquella azotea donde conocimos a su propietario, Jorge, indio pero descendiente de portugueses quien aún chapurreaba algo de la lengua de sus antepasados. Allí nos presentó a su mujer “Florero”, ya que días más tarde nos confesaría abiertamente su homosexualidad y nos hablaría sobre su loca historia de amor con el hombre de su vida. Con todo Jorge era padre de una linda pareja de niños de entre 6 y 8 años de edad. Cuestionado por nosotros reconoció que su matrimonio era una fachada para salvaguardar el honor de su familia en un país que aún recela en aceptar la homosexualidad, y poder al mismo tiempo salvaguardar su negocio ya que mantenía una dura disputa con la iglesia y el ayuntamiento de la ciudad para poder seguir explotando su negocio en aquel edificio. Aquella noche también conocimos a algunos de sus mejores amigos quienes bebían tranquilamente a la luz de la luna y bajo un cielo estrellado. Nos invitaron a unirnos a ellos y no pudimos rechazar su amable invitación.

 
A la mañana siguiente nos lanzamos a recorrer la isla en una pequeña scooter. Visitamos algunas de las playas recomendadas para el baño pero el mar turbio debido al monzón y la presencia casi exclusiva de hombres indios nos disuadieron de hacerlo. Aprovechamos el tiempo para visitar pequeñas aldeas que por aquellas fechas se preparaban y engalanaban para celebrar el festival en honor a Ganesha, hijo de Shiva. Los días sucesivos paseamos por la parte histórica de la isla donde visitamos la principal iglesia católica que alberga también una escuela donde se mantiene la costumbre de educar a niños y jóvenes en la fe cristiana. Recorrimos las murallas del antiguo fuerte y paseamos cerca de los acantilados que lo circundan.

 
Siguiendo los consejos de nuestro anfitrión madrugamos para comprar marisco en el mercado local de pescado. Y como a quien madruga Dios ayuda, conseguimos hacernos con un buen ejemplar de langosta y unos enormes langostinos casi del mismo tamaño que la langosta por un precio irrisorio si lo comparamos con lo que podríamos pagar en Europa. Felices con nuestros manjares en la bolsa de la compra regresamos al guest house para entregárselos a la esposa de Jorge que era una excelente cocinera y preparó los deliciosos mariscos al modo portugués. 

  



Los paseos al centro de la ciudad para curiosear en los puestos del bazar local, agradables tardes de lectura, y divertidas veladas en la azotea compartiendo cerveza con algunos turistas coreanos y amigos locales completaron nuestros momentos en la isla.

El día que partimos aprovechamos el viaje de una hermana de Jorge a la ciudad donde tomaríamos el próximo tren. La hermana que había llegado de Londres unos días antes iba a buscar a dos hermanas más que venían desde Goa donde residía parte de la familia. El motivo de esta reunión familiar era honrar la memoria del padre fallecido dos años antes.




En el camino paramos en numerosas ocasiones ya que el vehículo familiar se calentaba peligrosamente y necesitaba ser refrigerado a toda hora. También paramos en una universidad para que una de las sobrinas de Jorge pudiese completar su matrícula para formarse como profesora el año próximo. Aprovechamos aquel tiempo conversando con otros estudiantes del centro y aspirantes a profesores. Finalmente llegamos a tiempo de tomar nuestro tren. Nos esperaban más de doce horas de viaje hasta nuestro siguiente destino, Ajanta.










No hay comentarios: