La ciudad más próxima al cráter parecía un polvoriento pueblo del far west. No había occidentales por allí, o por lo menos no los vimos, hasta los propios indios nos miraban como diciendo ¿qué se os a perdido aquí? El ambiente de la ciudad era sin embargo amigable y nos sentimos bien recibidos. Ese mismo día caminamos hasta el cráter con la ilusión de poder darnos un chapuzón en las aguas del lago que cubre el fondo. Algunos textos y sitios en internet lo recomendaban por sus propiedades beneficiosas para la piel.
Nos sorprendió la dimensión de tan tremendo agujero. Aquel impacto tuvo que ser descomunal, incluso se sospecha que parte del meteorito esté aún enterrado a unos seiscientos de metros bajo la superficie del lago.
Comenzamos el descenso al lago por una empinada pendiente. Al llegar abajo ya observamos las ruinas de uno de los diversos templos localizados en sus orillas. Allí encontramos un grupo de jóvenes que descansaban a la sombra y nos saludaron efusivamente. Seguimos nuestro camino para llegar al agua, pero tuvimos que ser rescatados por los mismos muchachos que habíamos encontrados unos minutos antes, y que amablemente nos indicaron el camino correcto y nos acompañaron hasta el único templo activo.

Creímos que lo más juicioso sería no arriesgar a pesar de lo refrescante que parecía y de las promesas de tratamiento de belleza gratuito. Allí compartimos nuestro piscolabis con nuestros amigos, les dimos de comer a los monos que merodeaban por los alrededores y nos relajamos durante toda la tarde.
=========monkiiiii=========:)
Después de aquello sólo nos quedaba buscar un lugar amigo donde cenar algo y planificar la siguiente jornada.
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